Por Antonio Las Heras





Carl Gustav Jung tuvo, entre sus tantos intereses, uno especial sobre el estudio de la Alquimia y sus símbolos, entendiéndola como un proceso espiritual a través del cual lo que se produce es una transformación interna de la persona por medio de su integración, lo que conduce a un estado de plenitud. A partir de la comprensión de la Alquimia como proceso inherente a la transmutación del espíritu es que surgió el concepto central de su Psicología, que es el Proceso de Individuación. Estas fases son:

Nigredo: es la primera etapa del Opus alquímico. “Nigredo” o “Putrefactio” es la fase de Saturno-Osiris, la del plomo, la inmersión en la materia prima que, mediante una serie de operaciones por las que es pulverizada, calcinada, disuelta y fundida, se transformará en «Oro Filosofal» y en «Philium» o «Lapis Philosophorum». Para Jung, esta primera etapa corresponde a la integración del aspecto “oscuro” de la psique humana, de todas aquellas emociones, intuiciones, percepciones y pensamientos que se han rechazado a lo largo de la vida por considerarlos indeseables. Es el encuentro con la propia Sombra. Todo lo que se había criticado en los demás por efecto de la proyección sobre los otros de lo rechazado de uno mismo, se presenta como una parte nuestra, de la propia manera de ser. Se desvanece la ilusión de la imagen propia que se había construido anteriormente y de la del mundo, imágenes que habían sido creadas por la propia subjetividad, por el ego, a quien se le arrebata su omnipotencia y se ve enfrentado al poderoso inconsciente.

Esta etapa es aquella en la que uno se sumerge en lo inconsciente personal para hacerse consciente de todas las proyecciones que se encontraban depositadas en personas de nuestro alrededor y en objetos de nuestro entorno, “haciéndonos cargo” de lo que en verdad es nuestro, aunque aquello que encontremos no nos guste.

Esta fase supone un enfrentamiento con el Mal, con la parte oscura de la Creación, teniendo en cuenta que para Jung el Bien y el Mal coexisten en todos los hombres necesariamente. En este encuentro con el Mal, con lo negativo, con lo rechazado de uno mismo, se sientan las bases para, luego, ir al encuentro de la Luz, del Bien. Sin este encuentro con el Mal, nunca podrá hallarse el Bien, su opuesto.

Así como en la Alquimia, la “materia” debe llegar al estado más avanzado de putrefacción para comenzar a transformarse, así el psiquismo debe ahondar en las profundidades de lo inconsciente para enfrentarse con lo más oscuro, con los aspectos más “sucios” de uno mismo para dar comienzo a una personalidad más desarrollada, a una transmutación del espíritu.

Esta primera etapa puede ser muy duradera, porque, en este proceso de hacer conscientes todas las oscuridades y las personalidades parciales autónomas (los complejos), su reconocimiento y aceptación suelen ser muy duros, difíciles y hasta dolorosos.

Albedo: esta fase alquímica es menos violenta que la Nigredo, pero precisa de la sabiduría suficiente, de parte del alquimista, como para mantener el fuego de manera que no queme ni destruya y, al mismo tiempo, que no enfríe el proceso. Esto es representado simbólicamente como la “boda mística” de los elementos.

Psicológicamente esto hace referencia a la integración consciente de los aspectos psíquicos opuestos, es decir, del  Ánima en el hombre, y del Ánimus en la mujer.

En la Albedo continúa la tarea emprendida en la Nigredo porque, como expresó M. L. Von Franz, la Sombra se asemeja a la hidra de Lerma con la que luchó Hércules, a la que le nacían nuevas cabezas en el lugar de las que habían sido cortadas.

Pero, fundamentalmente, durante esta etapa se retiran las proyecciones que el arquetipo del Ánima (en el caso del hombre) había emanado hacia las mujeres que lo rodeaban, su madre, su hermana, su novia, su esposa, etc., para luego enfrentarse cara a cara con ella e integrarla dentro de su ser. Para lograrlo se debe superar antes el problema de la transferencia lo que implica reconocer que en el lugar en donde verdaderamente se encuentra la “amada” es dentro y no fuera de uno mismo. Lo mismo ocurre en el caso de la mujer y el Ánimus.

En una relación amorosa entre un hombre y una mujer, además de la relación entre los Yoes conscientes, también participan a nivel inconsciente el Ánima y el Ánimus de ambos. La pasión amorosa es el resultado de la proyección de estos arquetipos en la otra persona, y como consecuencia de ello se da una relación basada en una común inconsciencia repleta de contradicciones. En esto radica, fundamentalmente, el peligro de las relaciones “pasionales”. Esto mismo puede suceder en la transferencia entre el paciente y el terapeuta y encarna un riesgo que se debe evitar. Sobre esto Jung trató en su libro “Psicología de la Transferencia”, en el que también abordó el tema del papel que desempeñaba la “Soror Mystique” del alquimista.

La imagen que representa el encuentro y diálogo con el Ánima o el Ánimus es la “coniunctio”, la hierogamia entre el alquimista y su “Soror Mystique”, entre el Rey y la Reina de los grabados alquimistas, la “boda alquímica” de los elementos, etc. Y lo que surge de ellos es el Rebis, el Andrógino, la “cosa doble”.(…).

Rubedo o Citrinitas: es la última fase del proceso alquímico, llamada también “Obra en Rojo o Dorado”, en la que se obtiene el “Cuerpo de Diamante”. En la concepción junguiana la Rubedo es el encuentro y acogimiento mutuo del Yo de nuestro ser consciente y el Sí Mismo o Yo de nuestro Ser total del cual formaba parte el primero sin saberlo.

Esto conforma una nueva «coniunctio», en la que todos los opuestos se juntan y complementan armónicamente y se conectan directamente con el «Unus Mundus». Tal estado es indescriptible e inefable y constituye un Misterio. Ése es el motivo por el cual la obra alquimista más importante de Jung se titula “Mysterium Coniunctionis”.

El Sí-Mismo es el Artrophos de la Gnosis, el “dios interior” de la mística, el “Mercurio Filosofal” o “Lapis Philosophorum” de los alquimistas que reúne los opuestos más irreconciliables.

Justamente en su obra Mysterium Coniunctionis es que Jung expresa respecto a esta fase de la Rubedo que: “Se alcanza el segundo escalón al combinarse la «unio mentalis», esto es, la unidad del espíritu y alma, con el cuerpo. Pero sólo puede esperarse un cumplimiento del «mysterium coniunctionis» si se ha combinado la unidad del espíritu, alma y cuerpo con el «Unus Mundus» del comienzo”.

En “El Yo y el Inconsciente”, Jung expresa que: “He llamado al centro del Ser con el nombre de Sí-Mismo. Intelectualmente el Sí-Mismo no es más que un concepto psicológico, un término que sirve para expresar la esencia incognoscible que podemos captar como tal, puesto que excede, por definición, a nuestras facultades de comprensión. «Dios en nosotros», se le podría también llama.r

Jung agrega que antes de alcanzar el Sí-Mismo, se debe realizar la integración de los arquetipos del Niño y del Viejo Sabio, también expresados en las figuras alquimistas.

Es de tal magnitud lo incognoscible de este estado que el mismo Jung  reconocía la dificultad que se le presentaba para encontrar las palabras que lo definieran, porque, en realidad, la “coniunctio” está más allá del lenguaje,

En una carta escrita en 1957 el Maestro de Zurich expresó que: “La transcripción de la «coniunctio» en palabras humanas es una tarea que puede conducir a la duda, pues uno se ve obligado a encontrar expresiones y fórmulas para un proceso que tiene lugar «in Mercurio» y no en el nivel del pensamiento y del lenguaje humanos, esto es, no en la esfera de la conciencia diferenciadora… El camino no conduce en línea recta hacia adelante, por ejemplo, desde la Tierra hacia el Cielo, o de la materia al espíritu; se trata más bien de una «circumambulatio» y de un acercamiento al centro. No avanzamos dejando atrás una parte, sino cumpliendo con nuestra tarea como «mixta composita», esto es, como seres humanos entre los opuestos”.(…).

La Alquimia le dio al Maestro de Zurich aquello que necesitaba para comprender que su búsqueda no era nueva, sino que desde tiempos remotos los verdaderos sabios – aquellos que pudieron captar la esencia de la vida –  habían hecho lo mismo que él, emprendiendo un camino difícil pero posible: el de la transmutación del espíritu, comprendiendo que todo ser humano tiende a una finalidad, aunque el tiempo que nos brinda la vida terrenal no sea suficiente para alcanzarla. Y esa finalidad no es otra que la “incognoscible” trascendencia del ser en su conexión con el Unus Mundus.