Por SILVINA LAURA MAZAL

Hasta 2003 de nada sirvieron testimonios bien fundados como los de Aniela Jaffe – discípula y última secretaria privada de C. G. Jung – sosteniendo que el célebre sabio suizo no era antisemita ni nazi. A partir de su distanciamiento de Sigmund Freud y de las teorías freudianas, siempre hubo comentarios sobre el “nazismo de Jung” y el “antisemitismo de Jung.” Por lo usual tales afirmaciones se sustentaron en frases sacadas de contexto, escritos mal interpretados o, directamente, habladurías inventadas. Pero, a partir de 2003 tales dichos quedaron, definitivamente, aplastados.
Porque ese año, la escritora Deirdre Bair publica un minucioso volumen de 880 páginas titulado “Jung” (Little Brown Nueva York, 2003) donde merced a documentos liberados por los servicios secretos norteamericanos demuestra cuál fue el verdadero papel que a Jung le ocupo en la Segunda Guerra Mundial.
La escritora Deirdre Bair no es improvisada, ni aficionada. Ha publicado con antelación una biografía de Samuel Beckett y otra de Simone de Beauvoir..
El capítulo XXXI de este libro, aún no editado en castellano y sobre el cual llamativamente no se hace suficiente referencia habida cuenta de lo trascendente de sus hallazgos, se titula “Agent 488”. Por que ese era el número clave – al estilo de Bond, James Bond… 007 – con que el suizo reportaba a los aliados. Los documentos consultados por Bair pertenecen a los servicios secretos norteamericanos que a medida que transcurre una determinada cantidad de años desclasifican hasta sus textos más escabrosos y confidenciales. La fuente es, entonces, absolutamente segura. Los documentos revelan que “Agent 488” reportaba a los gobiernos de Franklin Delano Roosevelt y Harry Truman.
Jung – de acuerdo a lo ahora revelado – realizó un muy serio y exacto trabajo de informaciones advirtiendo a sus superiores que Hitler se ocultaba en un bunker en 1945. Describió la ubicación y sus características. Trazó un preciso perfil forense de los rasgos psicopáticos de Hitler y anticipó que habría de suicidarse. Al general de las tropas aliadas – y después dos veces presidente norteamericano – Dwight Eisenhower le explicó las características que convenía tuviera la propaganda impresa que los aviones arrojarían desde el aire a suelo nazi.
Las quince páginas de minúscula tipografía a través de las cuales la autora reseña el trabajo de “agente secreto” de Jung, no exento de peripecias y dificultades entramada en las redes subterráneas de resistencia, ayuda a comprender mejor hasta que punto el sabio suizo arriesgó su vida junto a de su familia. Es obvio que su condición de ario e hijo de un pastor protestante le permitió obtener con mayor simpleza cierta parte de aquellas informaciones vitales que precisaban los servicios secretos dirigidos por Allen Dulles para la victoria final sobre el nazifascismo.
C. G. Jung mantuvo siempre silencio respetando el juramento de no revelar su condición de agente secreto. Lo que aumenta el valor ético y moral de su persona. Los familiares tampoco hablaron sobre esto. Muy probablemente debido a que ignoraban todo. Con el tiempo, nuevos documentos serán desclasificados y conoceremos más sobre esta faceta junguiana.
Estos descubrimientos de Bair son de importantes consecuencias. Ahora ninguna persona en sus cabales podrá afirmar que Jung era nazi. Ante cualquier duda cualquiera puede leer personalmente los documentos desclasificados por el servicio secreto exterior norteamericano de tiempos anteriores a la creación de la CIA.