Fragmento del libro inédito

Por Vicente Rubino

 En la historia del Rey David, su hijo Salomón recibe de su padre las indicaciones para la construcción del Templo de Jerusalén, y luego de innumerables detalles David termina diciendo: “Todo esto conforme a lo que Yahvé había escrito de su mano para hacer comprender todos los detalles del diseño” (1).

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Y en el nuevo Testamento la imagen de la Jerusalén celeste se le aparece al profeta Juan en el Apocalipsis: “Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo,  de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo. Y oí una fuerte voz que decía desde el trono: <Esta es la Morada de Dios con los hombres. Pondrá su Morada entre ellos y ellos serán su pueblo y él, Dios-con-ellos, será su Dios>.” (2).

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En la India, todas las ciudades reales, aún las modernas, se hallan construidas según el modelo mítico de la “Ciudad celestial” en que habita en la Edad de oro, in “IlloTémpore”, el Soberano Universal. El Rey, a semejanza del Soberano Universal, se esfuerza por hacer revivir la Edad de Oro, por re-actualizar ese “Reino Perfecto”. El Palacio-Fortaleza de Sihagiri, en Ceilán, se halla edificado según el modelo de la la “ciudad celeste” de Alakamanda, y, como verdadero umbral iniciático, es de muy difícil acceso para los seres humanos.

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Siempre la construcción de un templo o ciudad es una “Génesis que trasforma el Caos en Cosmos”. El mundo que nos rodea, civilizado por la mano del hombre, adquiere la validez de la estructura arquetípica que le sirvió de modelo.

De ahí que la participación de las culturas urbanas en un modelo arquetípico sea lo que le confiere su realidad y su validez. El hombre, al trabajar la tierra desértica, “repetía” de hecho el Acto Originario de los dioses que organizaban el Caos, transformándolo en Normas, Formas y Armonía. Una conquista territorial solamente se convierte en “real” mediante el Ritual de “toma de posesión”, el cual no es sino una reactualización del Acto Primordial de la “Creación del Mundo”.

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Venecia, como arquetipo del centro y “Ciudad –Madre” ha sido un espacio cósmico que ya, desde su origen, emergió con una suma grandeza. Fue la primera ciudad que dio el ejemplo de un gobierno regular a las naciones modernas y vivió durante mucho tiempo con pocas turbulencias internas y sin guerras civiles. Antes de la invasión de los bárbaros, contaba el país de los vénetos con cincuenta ciudades, y se extendía desde la Panonia hasta el Adda y desde el río Po hasta los Alpes Réticos y Julianos. Expuestas las primeras a las incursiones de los septentrionales, perdieron su propiedad; y cuando Atila redujo a cenizas a Aquilea, Concordia, Oderzo, Altino y Padua, los pueblos de la Eugánea y de Venecia que huían ante los Hunos, se refugiaron en la isla de Rivo Alto (Rialto) y en los islotes circundantes. Cuando pasó “el azote de Dios”, como le gustaba llamarse Atila a sí mismo, muchos de ellos prefirieron asentarse en este lugar-asilo, y no volver a sus desoladas patrias. Esto acontecía en el año 421 de nuestra Era.

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Estos primeros habitantes, que para Plinios el Viejo eran de origen troyano, trataron de procurarse su bienestar y sobrevivencia dedicándose al comercio, a la pesca, a la extracción de la sal y al transporte de todo lo que bajaba por los ríos de Italia o debía remontarlos, con el objeto de suplir los trigos que ya no les proporcionaban los abandonados campos. Ya eran dueños de las islas cuando a la caída del Imperio Romano, a la llegada de los godos y de los longobardos, acudieron a ellas nuevos desterrados. Desde estos antiguos tiempos ya se ponía de manifiesto el poder de convocación de estas “enhebradas islas”. Era natural que los primeros habitantes no concediesen a sus nuevos huéspedes todos los derechos civiles y políticos, y, de esta manera, se encontró formada la casta de la Nobleza, no por derecho de sangre o de conquista, sino en virtud de un derecho de propiedad absolutamente legítimo. La actividad primigenia de Venecia era el comercio, y siendo ésta la profesión idiosincrática de sus ciudadanos, los venecianos la prosiguieron dedicándose a él y muy poco al mundo de la guerra, salvo por razones de índole estrictamente de intereses económicos. Poco a poco estas islas fueron recibiendo inmigración de todas partes, y así la población aumentó considerablemente.

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Cuando el Imperio Romano se fue resquebrajando y desapareciendo y ya no se encontró más que un frágil y pequeño poder en Constantinopla, la distancia disminuyó las relaciones que los venecianos habían conservado con él, pero aún así existían buenos vínculos con Constantinopla, que les aseguraba el privilegiado comercio de Oriente. Venecia tenía asambleas populares para discutir en ellas los intereses comunes, y para el nombramiento de los magistrados anuales y de un tribuno para cada una de las islas: de esta manera se constituía entre ellos un sistema de libertad de expresión y de lección. Ya en tiempos de Teodorico, Casiodoro hablaba  de los venecianos como marinos activos que surcaban los ríos y los mares, “Semejantes a pájaros acuáticos”que se habían diseminado por toda la faz del mar. A través del tiempo, y luego de luchas contra la piratería y ciertas tiranías, ambiciones e intrigas, los nobles de Venecia junto con el pueblo y el clero reunidos, eligieron un solo jefe cuya autoridad, que se extendió sobre todos, pudo refrenar las feroces y violentas luchas palaciegas por el poder.

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En estas circunstancias Paolucio Anafesta de Heraclea fue revestido con el poder, no como consecuencia de una usurpación tiránica, sino por amor a una libertad menos suntuosa, y dio principio a la serie dinástica del Dux, magistratura suprema, templada de manera que ninguno de ellos pudo llegar a ejercer un poder despótico. Eran entonces nombrados vitalicios por el pueblo, que conservaba los derechos de los comicios y de elección. Cuando Carlomagno (742-814) fundó el reino de Italia, firmó con Constantinopla un tratado de paz por el cual determinó los límites de este territorio, pero al comenzar las luchas por el poder, las intrigas y pugnas facciosas, y en medio de estos tortuosos torbellinos de los hombres, los venecianos, como “capitanes de tormenta”, lucharon a brazo partido, y sus conocimientos y vínculos viscerales con estas cenagosas y acuáticas islas, les favoreció para obtener la victoria.

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  • Biblia de Jerusalén, Crónicas Primeras XXVII 19
  • Idem Apocalipsis, XXI, 2-3